lunes, 19 de mayo de 2014

Su casa estaba llena de espejos

Su casa estaba llena de espejos. Grandes y pequeños. Tenía uno en la mesa del comedor, justo en frente de su asiento y un espejo de pié estaba colocado justo al lado de la televisión. Había colocado un espejo grande en el techo encima del sofá, otro aún más grande encima de su cama, y dos a los lados para no dejar de verse mire a donde mire al dormir. Espejos en el vestidor para verse desde todos los ángulos, de pies a cabeza. En el cuarto de baño tenía más espejos de los que suele haber en un cuarto de baño, y a lo largo de todo el pasillo diminutos espejos recorrían desordenadamente las paredes. Podías encontrar espejos en el fondo de los armarios, y espejos pequeños en cualquier cajón. El pequeño espejo que descansaba sobre su cuidada mesa de estudio era el más elegante de todos, enmarcado filigranas doradas. Estaba situado bajo la ventana, delante de sus papeles, al lado de la pantalla de su ordenador.

Los que han visitado su casa, asombrados, creen de él que es un hombre enfermizamente presumido, egocentrista, narcisista, ensimismado... Nunca le dijeron lo que pensaban, por supuesto, y por ello él nunca se molestó en sacarles de su error. No se admira en sus espejos, no pasa horas contemplándose, no le causa agrado -ni tampoco desagrado - ver su imagen. No es un hombre vanidoso, por el contrario, es un hombre cuidadoso y sus espejos son solo un aviso:

No quiere olvidar lo ridícula que una persona puede llegar a ser.
G.K.

domingo, 9 de febrero de 2014

Oda en prosa a un bardo que pasaba por aquí

Altanera figura entro en el bar de pueblo. Con la ropa sucia por el polvo del viaje, las botas ajadas y pelo largo, rojo y desaliñado. Un zurrón al hombro, una daga al cinto, un laud a la espalda y rugidos provenientes de su estómago. Aún así su semblante se mostraba tan satisfecho y altivo como un rey.
Intercambió un saludo y unas palabras con el tabernero. Una jarra de vino, otra de agua, un trozo de pan acompañado de queso y chorizo. Siete tragos al agua hasta dejar la jarra seca, un mordisco al pan, dos al queso y tres al chorizo, un trago largo y lento al vino, seguido de un suspiro de placer y, despes de eso, una veintena de canciones.
De madrugada, vaciada la bebida y quedando solo migas en el plato, tomó un baño caliente y durmió hasta mediodía.

Esa tarde dió un paseo, regalando alguna canción a los niños que jugaban en la plaza y a las jóvenes que iban a por agua a la fuente. Que nadie en el pueblo se quedara sin saber que el bardo cantaría aquella noche en el bar.
La cena la pasó hablando, rodeado por el tabernero y sus clientes, contanto —entre bocado y bocado y tragos de vino —el mundo a su manera. Cuando un mercader pasa por el bar, cuenta las noticias que trae de otras tierras. Pero cuando se trata de un bardo, aunque las noticias que puede traer también las cuentas, suelen contener más magia, dragones y romances de cuento de los que probablemente hayan sucedido en realidad. Y aunque los adultos más pragmáticos se mantienen alejados, creyéndose mayores para fantasías, idealistas y soñadores se quedan siempre atentos dejándose cautivar.
Aquella noche y hasta tarde volvió a tocar. Le escuchaban muchos más oídos que el día anterior, mientras cenaban, cantaban los estribillos más populares, aplaudían y, jarras en alto, brindaban por el bardo.

A la mañana siguiente tras un agradecido desayuno en la posada se echó de nuevo a caminar, llevándose su laud con sus canciones, su pelo de color ardiente, su mirada jovial y noticias de este pueblo para contar en otro lugar —aunque con más hadas y villanos de los que habitan por aquí, seguramente—.
~Gabriel Keats
 9 de Febrero de 2014